Las fases del Alzheimer

Una de las preguntas más frecuentes que recibimos los profesionales que nos dedicamos a la enfermedad de Alzheimer es sobre la evolución.

 

Cuánto dura, cómo se sabe en qué fase estamos… no son preguntas de fácil respuesta. No hay dos Alzheimers iguales como tampoco hay dos demencias iguales.

Para inaugurar el blog de la Fundación ACE intentaré hacer un resumen de lo que sabemos, poniendo en contexto la enfermedad de Alzheimer y la demencia.

 

Según lo que sabemos hasta ahora, la enfermedad de Alzheimer es el tipo de demencia más común. Se trata de una enfermedad evolutiva y, actualmente, no tiene cura.

 

El deterioro funcional y cognitivo de cada uno depende de muchos factores como, por ejemplo, el tratamiento y del estilo de vida que siga la persona afectada.

 

Actualmente la enfermedad de Alzheimer se considera un continuo desde la aparición de los primeros cambios en el cerebro hasta que se manifiestan los síntomas y se desarrolla la enfermedad. Estos cambios en el cerebro pueden aparecer hasta una o dos décadas antes del inicio de la sintomatología (fase “preclínica”).

 

Posteriormente, comienzan los primeros síntomas en forma de, por ejemplo, olvidos de información nueva, nombres o citas, o de leves dificultades para encontrar palabras, pero todo esto inicialmente no interfiere en las actividades del día a día. Es decir, la persona continúa realizando sus actividades, con más esfuerzo, pero satisfactoriamente y de forma autónoma (fase llamada “deterioro cognitivo leve”).

 

En el momento en que los síntomas cognitivos repercuten en las actividades de la vida diaria, necesitando de la ayuda de una tercera persona para realizarlas, el paciente entra en la fase conocida como demencia. Dentro de ella, podemos diferenciar tres etapas.

 

Fase leve


Las cosas que acostumbrábamos a hacer bien comienzan a no salir tan bien.

Durante esta fase nos costará un esfuerzo extraordinario aprender cosas nuevas como el funcionamiento de un móvil nuevo o de un control a distancia de la televisión. También nos costará recordar el nombre de algunos conocidos.

Durante la fase leve se produce la pérdida funcional de las actividades de la vida diaria más elaboradas, es decir, la afectación en las llamadas actividades instrumentales complejas. Estas son las que para llevarlas a cabo se requiere procesar mentalmente una idea o acción, programarla y ejecutarla, como por ejemplo, realizar gestiones económicas (pagar facturas, etc…) o controlar la medicación.

 

Fase moderada
En la fase moderada se empiezan a perder operaciones concretas que se han adquirido de los 7 a los 12 años.

La segunda fase de la enfermedad se inicia cuando las capacidades instrumentales más simples de la vida diaria se comienzan a desestructurar, es decir, cuando se pierde la capacidad de desarrollar situaciones que permiten la supervivencia y el autocuidado.

La persona con Alzheimer en fase moderada pierde competencias para hacer la compra, utilizar el dinero o seguir una dieta o una higiene adecuada. Se inicia la pérdida de interacción con el entorno, aparece o empeora el egocentrismo previo y la incapacidad de adaptarse a los cambios de rutina y centrarse en estímulos.

 

Fase grave
En esta fase se acaba desestructurando la capacidad sensorial y motora, que se originan con el nacimiento y hasta los 2 años.

La tercera y última fase del Alzheimer se caracteriza por la pérdida progresiva de las capacidades más básicas de la vida diaria, como la alimentación, la higiene y el control de los esfínteres urinario y fecal.

En este momento, las personas con demencia precisan de ayuda para llevar a cabo su atención básica porque ya no consiguen entender la información que perciben sus sentidos y están incapacitadas para interactuar con el entorno. Además, ya han perdido la capacidad de manipular objetos y, una vez que éstos desaparecen de su vista, no pueden entender que todavía existan.

La pérdida de las capacidades funcionales sigue el orden inverso a como han sido adquiridas y, en su última etapa, a las personas con Alzheimer sólo les queda la memoria emocional (una sonrisa, un abrazo o un beso), pero sin entender el cuándo, quién y por qué.

 

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